Historia del coleccionismo de minerales JUAN MIGUEL CASANOVA HONRUBIA Dpto. Biología y Geología. I.E.S. Benaguasil. 46180 Benaguasil‐Valencia. España. E‐mail: jcasanova716c@cv.gva.es EL COLECCIONISMO DE MINERALES A LO LARGO DE LA HISTORIA Desde los albores de la prehistoria, a comienzos del Paleolítico, el hombre comenzó a relacionarse de una forma directa e inseparable con el mundo de los minerales. La recolección de minerales para usos ornamentales es probablemente tan antigua como su origen y los textos de la antigüedad nos muestran el interés en la búsqueda y recolección de minerales con fines farmacéuticos. La fascinación del hombre por los minerales le llevó incluso a atribuirles propiedades mágicas o milagrosas, supersticiones que aparecen frecuentemente en la literatura medieval. En definitiva, los múltiples usos que el hombre ha hecho de los minerales y la gran atracción que ejerció sobre él la belleza de las gemas, le llevó no sólo a recolectarlos sino también a coleccionarlos. Sin embargo el coleccionismo de minerales desarrollado bajo unos conceptos y criterios similares al del coleccionismo moderno no apareció hasta el siglo XVI, cuando algunos mineralogistas como Georgius Agrícola (1494-1555) (Fig. 1), Johannes Kentmann (1518-1574), Michele Mercati (1541-1593) o Bernard Palissy (ca. 1510-1590), formaron notables colecciones mineralógicas elaboradas bajo unos criterios muy similares a los actuales. No obstante, durante los siglos XVI y XVII los especialistas en mineralogía que además formaron colecciones estrictamente mineralógicas fueron poco frecuentes. Lo habitual eran los especialistas en historia natural que formaron amplias colecciones que incluían objetos de los tres reinos de la naturaleza (plantas, animales y minerales), elaboradas bajo la noción europea de “colección universal”. Muchas de estas colecciones privadas fueron creadas por miembros de la aristocracia como muestra de su posición social, en las que acumulaban todo
tipo de objetos sin ninguna finalidad científica.
El alemán Georgius Agrícola (1494-1555) está considerado el primer coleccionista moderno de minerales. El coleccionismo de minerales experimentó un sustancial cambio durante el siglo XVIII, durante el cual trabajos como los del francés René Just Haüy (1743-1822) o del alemán Abraham Gottlob Werner (1749-1817) establecieron las bases científicas de la mineralogía tal como la conocemos en la actualidad. Esta época se corresponde con la primera edad de oro del coleccionismo de minerales, siendo muchas las circunstancias que favorecieron la formación en Europa y Estados Unidos de importantes colecciones de mineralogía, tanto por el número de ejemplares como por la belleza y calidad de los mismos. Durante este siglo los gobiernos europeos potenciaron los programas de desarrollo científico y tecnológico entre los cuales la mineralogía y la minería adquirieron un gran protagonismo, debido a la utilidad cada vez mayor de los minerales en la industria y en la agricultura. La importancia de la mineralogía como disciplina científica dio lugar a la publicación de un gran número de libros de mineralogía, especialmente en Francia y Alemania. Muchos de estos textos sirvieron como trabajos de referencia para los coleccionistas lo que favoreció la formación de colecciones estrictamente mineralógicas, mucho más especializadas y con unos criterios más científicos. Surgieron coleccionistas con una sofisticación y una sensibilidad estética desconocida hasta el momento, dando lugar por primera vez a la aparición del concepto moderno de asociar los criterios estéticos y científicos. El interés por el coleccionismo de minerales y el nivel económico también dio lugar a la aparición de un activo mercado de minerales mantenido por los primeros comerciantes profesionales, siendo probablemente el más
famoso de todos ellos el inglés Von Heuland. Así, los coleccionistas con suficientes recursos económicos pudieron formar grandes y caras colecciones sin verse limitados a la que hasta entonces era su principal fuente de suministro, la recogida en el campo. El comercio de minerales también favoreció el mayor conocimiento sobre los mismos y la aplicación de un valor económico a los ejemplares y a las colecciones de mayor calidad. Aunque la mayoría de las colecciones de minerales formadas durante el siglo XVIII fueron probablemente de un tamaño modesto, entre 200 y 1000 ejemplares, algunas alcanzaron un número notable, entre 20.000 y 40.000. Del enorme número de coleccionistas que destacaron no sólo por sus colecciones sino también por sus contribuciones al desarrollo de la mineralogía se pueden citar a: R.J.Haüy (1743-1822) y J.L.Bournon (1751-1825) en Francia; J.Woodward (1665-1728), P.Rashleig (1729-1811) y J.Smithson (1765-1829) en Gran Bretaña; J.Richter (1689-1751); A.G.Werner (1749-1817) y J.W.Goethe (1749-1832) en Alemania; H.B.Saussure (1740-1799) en Suiza; Pedro el Grande (1672-1725) en Rusia; A.Cronstedt (1722-1765) y J.Wallerius (1709-1785) en Suecia; P.F.Dávila (ca. 1710-1775) en España; F.de Elhuyar (1755-1833) y A.del Río (1764-1849) en Méjico y A.Seybert (1773-1825), G.Troost (1776-1850) y T.Nuttal (1786-1859) en Estados Unidos (Wilson, 1994). Un segundo periodo de gran esplendor para el coleccionismo de minerales abarca desde finales del siglo XIX hasta comienzos de la Primera Guerra Mundial. En este periodo destacan los coleccionistas americanos que formaron extraordinarias colecciones que constituyen actualmente el núcleo de todos sus grandes museos. Los más importantes fueron: Washington A. Roebling (1837-1926); Clarence S. Bement (1843-1923); Fredrick A. Canfield (1849-1926); William E. Hidden (1853-1918); George F. Kunz (1856-1932); John P. Morgan (1837-1913) y George Vaux (1863-1927). En Estados Unidos, el Museo Nacional de Historia Natural (la Smithsonian Institution) en Washington, D.C. alberga una de las mayores y mejores colecciones de mineralogía del mundo, la cual alcanzó su gran prestigio el año 1926 cuando recibió la donación de dos de las mejores colecciones privadas americanas, las de W.A. Roebling y F.A. Canfield. Roebling (Fig. 2) fue un ingeniero de Pensilvania famoso entre otros trabajos por la construcción del puente de Brooklyn y por su colección de minerales. Con sus 60.000 ejemplares era en esos momentos la colección privada más grande del mundo que además destacaba por la calidad excepcional de muchos de sus ejemplares. A su muerte en 1926 su hijo John Roebling la donó a la Smithsonian. Ese mismo año esta institución recibía la colección del recientemente fallecido Canfield, Jr., ingeniero de minas de New Jersey. El origen y núcleo de la colección de la familia Canfield fue la colección de Mahlon D. Dickerson (1770-1853) y en el momento de su donación constaba de 9.100 ejemplares de los cuales 1.474 procedían de las minas de Franklin. Figura 2. El ingeniero americano Washington A. Roebling (1837-1926) es uno de los grandes coleccionistas de minerales de todos los tiempos Otra de las grandes colecciones de mineralogía es la que se encuentra en el Museo de Mineralogía y Geología de la Universidad de Harvard. Creada a finales del siglo XVIII ésta se encuentra entre las de mayor calidad del mundo gracias a la donación que en 1913 hizo el ingeniero de minas A.F. Holden. Entre 1866 y 1900 Clarence Bement formó una colección considerada como una de las de mayor calidad de los Estados Unidos, pero en 1900 perdió el interés por la ella y decidió ponerla a la venta por 100.000 $. Tan espectacular suma de dinero fue pagada por el tercer hombre más rico del país, J. Pierpont Morgan famoso financiero y banquero americano quien la donó al Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. La envergadura de la colección, 12.300 ejemplares, necesitó de dos vagones de tren para transportarla de Filadelfia a Nueva York. El final de la Primera Guerra Mundial supuso un serio estancamiento en el coleccionismo especialmente en Europa. No obstante continuó la formación de algunas colecciones de mineralogía entre las que merece destacarse la del francés Louis Vésignié (1870-1954), quien dedicó toda su vida y gran parte de su fortuna en formar una colección de 40.000 ejemplares, la mejor de Francia y una de las mejores del mundo. Fue decisión del propio Vésigné que a su muerte ésta fuera donada a algún gran Museo francés, deseo que se cumplió en parte. A
su fallecimiento los ejemplares de mayor calidad fueron donados al museo de mineralogía de la Soborna y al Museo de Historia Natural de París. De este mismo periodo son dos importantes colecciones ligadas al Museo Británico de Historia Natural, las de Arthur Kingsbury (1861-1952) y Sir Arthur Rusell (1878-1964). Este último formó una colección de 12.000 ejemplares que está considerada como la mejor colección de minerales británicos y que donó junto a su biblioteca y archivo al Museo Británico con la condición de que esta fabulosa colección regional no fuera nunca dispersada. El tercer gran periodo del coleccionismo de minerales, que todavía se mantiene vigente en la actualidad, comienza a finales de los años 60. Uno puede hacerse una idea de la magnitud que ya alcanzaba el coleccionismo de minerales en Estados Unidos durante esos años, considerando que existían 75.000 coleccionistas federados, es decir, inscritos en alguna sociedad de mineralogía. Esto permitió la existencia de 3.000 comerciantes profesionales y la publicación de varias revistas de mineralogía, alguna de ellas como Lapidary Journal con una tirada de 40.000 ejemplares (Desautels, 1968). En aquellos países en los que el coleccionismo tiene una tradición de siglos, éste siempre se ha considerado como algo muy positivo e íntimamente ligado al desarrollo histórico y científico de la mineralogía. Además, existe un gran reconocimiento a la labor llevada a cabo por lo grandes coleccionistas, muchas de cuyas colecciones todavía se conservan y han sido la base sobre la que se han originado y crecido los principales museos del mundo, siendo la principal fuente que ha generado su actual patrimonio mineralógico histórico. En agradecimiento a su labor, la mineralogía los ha inmortalizado poniendo a muchos minerales su nombre, es el caso de la Morganita, Kunzita, Vesigenietita, Bauxita, etc… (Bancroft, 1988; Desautels, 1968; Sinkankas, 1964, Burchard, 1980). En la actualidad los grandes depositarios de minerales son los principales museos e instituciones públicas de todo el mundo, los cuales, a través de los siglos, han reunido cerca de 5 millones de ejemplares. Muchos de estos museos se fundaron a partir de colecciones privadas, y durante años estos se han ido ampliando a través de la incorporación de muchas más de estas colecciones. Sólo basta leer la historia de cualquier museo de mineralogía para comprobar que las colecciones privadas han sido las precursoras necesarias sobre las que se han construido las principales colecciones institucionales. EL COLECCIONISMO DE MINERALES EN ESPAÑA En España el coleccionismo de minerales nunca ha tenido la importancia y tradición de otros países como Francia, Inglaterra, Alemania, Italia o Estados Unidos. La razón por la cual esta actividad ha sido siempre muy minoritaria, hay que buscarla en la coexistencia de varios factores a lo largo de nuestra historia como: aspectos sociales y económicos, nivel cultural y científico o la escasez de museos de historia natural y de publicaciones. El primer periodo de mayor esplendor en el coleccionismo de minerales en nuestro país corresponde al siglo XVIII gracias a las políticas científicas de los gobiernos ilustrados que culminaron con la creación en 1752 del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid (actual Museo Nacional de Ciencias Naturales). El Real Gabinete tuvo su origen en la compra de la colección privada de historia natural del peruano Pedro Franco Dávila (1711-1876), quien durante su estancia en Paris entre 1740 y 1771 llegó a formar uno de los gabinetes de historia natural más importante de Europa, cuyos fondos estaban constituidos mayoritariamente por minerales. Por espacio de casi 30 años, hasta finales del siglo XVIII, las colecciones de minerales y rocas del Real Gabienet se incrementaron notablemente, tanto debido a la protección que el Rey Carlos III dispensaba al mismo (decretos reales que ordenaban a los intendentes de provincias y virreyes de ultramar recolectar todo tipo de producciones naturales y enviarlas a Madrid), como a la política de adquisiciones llevada a cabo desde la dirección del Museo. Se contó con la colaboración de afamados naturalistas que contribuyeron con sus envíos al enriquecimiento de las colecciones. Como el barón de Humboldt, que envió numerosos minerales y rocas volcánicas procedentes de sus exploraciones por Ecuador, Colombia y Venezuela, y los hermanos Conrad y Christian Heuland, quienes con el apoyo de la Corona española emprendieron de 1795 a 1800 una importante expedición de carácter exclusivamente geológico por tierras de Chile, Perú y Bolivia, principalmente, visitando los más notables yacimientos y filones de estas regiones. También se adquirieron colecciones enteras como la de J. Forster en 1791 y trabajaron para el Museo como recolectores los hermanos Johann y Heinrich Talaker. También tuvieron contacto con el centro personalidades científicas como el famoso químico francés Louis Proust o los hermanos Elhúyar; estos últimos estudiaron en la célebre Escuela de Minas de Freiberg (Alemania). De esta localidad, así como de otras importantes zonas mineras alemanas y centroeuropeas, llegaron al Museo numerosos y magníficos ejemplares minerales. El actual Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid ha sido la principal institución española sobre la que se centró el coleccionismo hasta la Guerra Civil. Posteriormente se crearon también en Madrid otras dos instituciones; en 1835 la Escuela de Ingenieros de Minas y en 1850 la Comisión del Mapa Geológico (actual Instituto Geológico y Minero de España). Todas ellas son en la actualidad las principales depositarias de nuestro patrimonio mineralógico histórico.
En la Península Ibérica se encuentran algunos de los yacimientos minerales más importantes del mundo que han sido explotados desde la antigüedad. Los escasos coleccionistas existentes durante los periodos en los que muchos de estos yacimientos estuvieron en explotación, principalmente desde el siglo XIX hasta mediados del XX, ha supuesto la pérdida irremediable de gran parte de nuestro patrimonio mineralógico. Durante este periodo el coleccionismo privado se centró principalmente en unos pocos naturalistas, ingenieros de minas y aficionados que salvo excepciones nunca llegaron a forman grandes colecciones. Ésta es una de las principales razones por las que en la actualidad nuestros museos de Ciencias Naturales albergan una representación mineralógica muy escasa de estos yacimientos históricos. Algunas de estas colecciones que se han conservado dieron origen a algunos de nuestros museos actuales o pasaron a incrementar las colecciones de otros ya existentes. Destacar a: Salvador Calderón y Arana (1853-1911); Antonio Machado Núñez (1812-1896); Francisco Martorell y Peña (1822-1878) o Daniel Jiménez de Cisneros y Hervás (1863-1941) entre otros (Llorente, 1990). La labor del Catedrático de Historia Natural Machado Núñez y del eminente mineralogista Calderón y Arana es la base de la colección de mineralogía del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Sevilla, en cuya creación han intervenido algunas de las figuras más insignes de la Geología española. Durante su estancia en esta Universidad, Salvador Calderón aportó al Museo una colección de 697 ejemplares principalmente de minas españolas. En 1903 el murciano Jiménez de Cisneros llegó a la ciudad de Alicante para ocupar la Cátedra de Historia Natural del Instituto de Segunda Enseñanza. Desde su llegada a Alicante, sus trabajos geológicos se basaron en los estudios de campo, llegando a realizar centenares de excursiones por toda la provincia. Durante sus excursiones llevó a cabo una gran labor de recolección de fósiles, rocas y minerales con los que constituyó una notable colección particular de unos 13,000 ejemplares que se conserva actualmente en el Instituto de Educación Secundaria Jorge Juan de Alicante. El actual Museo Municipal de Geología de Barcelona (Museo Martorell), nació en 1878 por iniciativa privada gracias a la donación de sus colecciones de historia natural que hizo a su ciudad natal el barcelonés Martorell y Peña. A nivel institucional destacar la labor de las distintas personalidades de la Geología española que trabajaron o colaboraron en el Instituto Geológico y Minero de España y que durante este periodo de desarrollo de la minería en España e Iberoamérica contribuyeron de forma notable a la ampliación de sus colecciones de mineralogía. También son de destacar todas las colecciones privadas que fueron adquiridas por la Escuela de Ingenieros de Minas de Madrid, como las de los ingenieros de minas Felipe Naranjo y Policarpo Cía o la magnífica colección del Marqués de Elduayen constituida por 2.481 ejemplares (Calvo, 2002). A comienzos de la segunda mitad del siglo XX, el coleccionismo de minerales en nuestro país sigue siendo minoritario y su actividad más importante se localiza en Cataluña en donde los coleccionistas tienen como principal punto de encuentro las sociedades excursionistas o de montañismo. De esta época destacan entre otros: Vicente Sos Baynat (1895-1992), José Cervelló i Bach (1899-1980), Joaquín Mollfulleda i Borrel (1915-2006) o Joquim Folch Girona (1892-1984). En 1950 el geólogo castellonense Sos Baynat (Fig. 3) se trasladó a Extremadura en donde permaneció 18 años dedicado principalmente a trabajos de explotación minera relacionados con la localización de yacimientos de casiterita y wolframita. Durante todos estos años fue conservando todo el material que iba obteniendo de las zonas estudiadas, llegando a formar una colección de más de 10.000 ejemplares que donó al Ayuntamiento de Mérida. Esta colección Figura 3. La colección privada del geólogo castellonense Sos Baynat (1895-1992) fue el origen del Museo de Geología de Extremadura
fue la base sobre la que se creó el actual Museo de Geología de Extremadura que lleva su nombre. En 1980 el Museo de Geología de Barcelona adquirió la colección de mineralogía de Cervelló y Bach compuesta por 3.000 ejemplares que enriqueció el Museo de forma extraordinaria. El químico e industrial catalán Mollfulleda i Borrel formó una de las colecciones de mineralogía más importante de nuestro país constituida por 3.000 ejemplares. Colección que donó en 1987 al Ayuntamiento de Arenys de Mar y a partir de la cual se fundó al año siguiente el museo de mineralogía que lleva su nombre (Mollfulleda, 2006). Pero sin duda, el principal exponente del coleccionismo privado en España lo constituye el industrial catalán Folch Girona que a lo largo de 80 años formó la mejor y más grande colección privada de Europa. La calidad de sus 13.500 ejemplares está a la altura de los mejores museos de mineralogía del mundo (Burchard, 1986) (Fig. 4). En España el inicio del coleccionismo de minerales como actividad ampliamente difundida hay que situarlo a comienzos de la década de los años setenta, con la creación en Valencia el año 1971 de la Sociedad de Amigos de la Geología, primera asociación de aficionados a la mineralogía y actualmente desaparecida. Años más tarde, en 1978 se fundó el Grup Mineralògic Català que al año siguiente organizó las primeras ferias de minerales de España, la de Sant Celoni y Expominer. Figura 4. Aspecto que presentaba el Museo Mineralógico Folch cuando estuvo ubicado en un piso de la calle Pau Claris, 180 de Barcelona (Burchard, 1986). Desde entonces y hasta la actualidad el coleccionismo en nuestro país ha crecido espectacularmente. Sin duda nuestras mejoras a nivel social y económico y el desarrollo de los medios de comunicación tengan mucho que ver en ello. Actualmente asistimos al mayor auge del coleccionismo en toda nuestra historia y una muestra de ello lo encontramos hoy en día en las numerosas asociaciones culturales de mineralogía de ámbito estatal y regional, en la inauguración de bolsas de minerales, en la gran cantidad de publicaciones de carácter divulgativo, en la inauguración de exposiciones o en Internet. Hoy en día el patrimonio mineralógico español que albergan las colecciones privadas creadas en estos últimos 25 años es el mayor que se ha generado nunca y todavía tendrán que transcurrir varios años para que éste empiece progresivamente a repercutir en los museos e instituciones públicas. Pero la labor de los aficionados y su relación con los científicos ya es manifiesta en el hallazgo e identificación de nuevas especies minerales encontradas en nuestro país y en la publicación de numerosas obras de divulgación. En estos últimos años en los que hemos asistido a una mayor sensibilidad de la sociedad por la conservación del medio ambiente y del patrimonio cultural, se han vertido duras críticas sobre el coleccionismo de minerales como una actividad destructora de nuestro patrimonio. La historia demuestra que esto no es cierto aunque si es verdad que el coleccionismo de minerales ha planteado en todos los países situaciones negativas, principalmente derivadas de actitudes personales poco éticas de quienes no respetan la propiedad ajena ni el - 45 -
medio natural e incluso vulneran las leyes. En nuestro país en donde el fenómeno del coleccionismo de minerales es algo relativamente reciente, poco conocido e incluso reconocido, los aspectos negativos trascienden con gran facilidad a la opinión pública pudiendo ejercer serios perjuicios si no se plantean soluciones por parte de los colectivos afectados. En los países donde las asociaciones de mineralogía tienen una mayor tradición, unión y peso en la sociedad, se ha trabajado sobre la propia necesidad de establecer una reglamentación mínima que garantice una disciplina y un comportamiento ético con la que poder regular esta actividad (Fagnani, 1980). En estos momentos el coleccionismo de minerales en nuestro país se encuentra en una situación inmejorable para plantearse su futuro, que pasaría por una mayor divulgación a la sociedad de su labor y por una aproximación de posturas y objetivos con el ámbito científico. REFERENCIAS Bancroft, P. (1988). Mineral Museums of Eastern Europe. Mineralogical Record, 19(1): 1-72. Burchard, U. y Bode, R. (1980). Mineral Museums of Europe. Walnut Hill Publ. Lalling. 269 p. Calvo, B. (2002). El Museo Histórico Minero Don Felipe de Borbón y Grecia. Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Minas. Madrid. 117 p. Desautels, P.E. (1968). The Mineral Kingdom. Madison Square Press. New York. 251 pp. Fagnani, G. (1980). El coleccionismo de minerales en el momento actual. Museo de Geología, Barcelona. 21 pp. Llorente, E. (1990). Museos Españoles de Minerales. Instituto Tecnológico Geominero de España. Madrid. 151 pp. Mollfulleda, J. (2006). La meva passió per la mineralogia. Ayuntamiento de Arenys de Mar. Arenys de Mar. 64 p. Sinkankas, J. (1964). Mineralogy for amateurs. D. Van Nostrand Company, Inc. New Jersey. 585 pp. Wilson, W.E. (1994). The History of Mineral Collecting. Mineralogical Record, 25(6), 1-264.
tipo de objetos sin ninguna finalidad científica.
El alemán Georgius Agrícola (1494-1555) está considerado el primer coleccionista moderno de minerales. El coleccionismo de minerales experimentó un sustancial cambio durante el siglo XVIII, durante el cual trabajos como los del francés René Just Haüy (1743-1822) o del alemán Abraham Gottlob Werner (1749-1817) establecieron las bases científicas de la mineralogía tal como la conocemos en la actualidad. Esta época se corresponde con la primera edad de oro del coleccionismo de minerales, siendo muchas las circunstancias que favorecieron la formación en Europa y Estados Unidos de importantes colecciones de mineralogía, tanto por el número de ejemplares como por la belleza y calidad de los mismos. Durante este siglo los gobiernos europeos potenciaron los programas de desarrollo científico y tecnológico entre los cuales la mineralogía y la minería adquirieron un gran protagonismo, debido a la utilidad cada vez mayor de los minerales en la industria y en la agricultura. La importancia de la mineralogía como disciplina científica dio lugar a la publicación de un gran número de libros de mineralogía, especialmente en Francia y Alemania. Muchos de estos textos sirvieron como trabajos de referencia para los coleccionistas lo que favoreció la formación de colecciones estrictamente mineralógicas, mucho más especializadas y con unos criterios más científicos. Surgieron coleccionistas con una sofisticación y una sensibilidad estética desconocida hasta el momento, dando lugar por primera vez a la aparición del concepto moderno de asociar los criterios estéticos y científicos. El interés por el coleccionismo de minerales y el nivel económico también dio lugar a la aparición de un activo mercado de minerales mantenido por los primeros comerciantes profesionales, siendo probablemente el más
famoso de todos ellos el inglés Von Heuland. Así, los coleccionistas con suficientes recursos económicos pudieron formar grandes y caras colecciones sin verse limitados a la que hasta entonces era su principal fuente de suministro, la recogida en el campo. El comercio de minerales también favoreció el mayor conocimiento sobre los mismos y la aplicación de un valor económico a los ejemplares y a las colecciones de mayor calidad. Aunque la mayoría de las colecciones de minerales formadas durante el siglo XVIII fueron probablemente de un tamaño modesto, entre 200 y 1000 ejemplares, algunas alcanzaron un número notable, entre 20.000 y 40.000. Del enorme número de coleccionistas que destacaron no sólo por sus colecciones sino también por sus contribuciones al desarrollo de la mineralogía se pueden citar a: R.J.Haüy (1743-1822) y J.L.Bournon (1751-1825) en Francia; J.Woodward (1665-1728), P.Rashleig (1729-1811) y J.Smithson (1765-1829) en Gran Bretaña; J.Richter (1689-1751); A.G.Werner (1749-1817) y J.W.Goethe (1749-1832) en Alemania; H.B.Saussure (1740-1799) en Suiza; Pedro el Grande (1672-1725) en Rusia; A.Cronstedt (1722-1765) y J.Wallerius (1709-1785) en Suecia; P.F.Dávila (ca. 1710-1775) en España; F.de Elhuyar (1755-1833) y A.del Río (1764-1849) en Méjico y A.Seybert (1773-1825), G.Troost (1776-1850) y T.Nuttal (1786-1859) en Estados Unidos (Wilson, 1994). Un segundo periodo de gran esplendor para el coleccionismo de minerales abarca desde finales del siglo XIX hasta comienzos de la Primera Guerra Mundial. En este periodo destacan los coleccionistas americanos que formaron extraordinarias colecciones que constituyen actualmente el núcleo de todos sus grandes museos. Los más importantes fueron: Washington A. Roebling (1837-1926); Clarence S. Bement (1843-1923); Fredrick A. Canfield (1849-1926); William E. Hidden (1853-1918); George F. Kunz (1856-1932); John P. Morgan (1837-1913) y George Vaux (1863-1927). En Estados Unidos, el Museo Nacional de Historia Natural (la Smithsonian Institution) en Washington, D.C. alberga una de las mayores y mejores colecciones de mineralogía del mundo, la cual alcanzó su gran prestigio el año 1926 cuando recibió la donación de dos de las mejores colecciones privadas americanas, las de W.A. Roebling y F.A. Canfield. Roebling (Fig. 2) fue un ingeniero de Pensilvania famoso entre otros trabajos por la construcción del puente de Brooklyn y por su colección de minerales. Con sus 60.000 ejemplares era en esos momentos la colección privada más grande del mundo que además destacaba por la calidad excepcional de muchos de sus ejemplares. A su muerte en 1926 su hijo John Roebling la donó a la Smithsonian. Ese mismo año esta institución recibía la colección del recientemente fallecido Canfield, Jr., ingeniero de minas de New Jersey. El origen y núcleo de la colección de la familia Canfield fue la colección de Mahlon D. Dickerson (1770-1853) y en el momento de su donación constaba de 9.100 ejemplares de los cuales 1.474 procedían de las minas de Franklin. Figura 2. El ingeniero americano Washington A. Roebling (1837-1926) es uno de los grandes coleccionistas de minerales de todos los tiempos Otra de las grandes colecciones de mineralogía es la que se encuentra en el Museo de Mineralogía y Geología de la Universidad de Harvard. Creada a finales del siglo XVIII ésta se encuentra entre las de mayor calidad del mundo gracias a la donación que en 1913 hizo el ingeniero de minas A.F. Holden. Entre 1866 y 1900 Clarence Bement formó una colección considerada como una de las de mayor calidad de los Estados Unidos, pero en 1900 perdió el interés por la ella y decidió ponerla a la venta por 100.000 $. Tan espectacular suma de dinero fue pagada por el tercer hombre más rico del país, J. Pierpont Morgan famoso financiero y banquero americano quien la donó al Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. La envergadura de la colección, 12.300 ejemplares, necesitó de dos vagones de tren para transportarla de Filadelfia a Nueva York. El final de la Primera Guerra Mundial supuso un serio estancamiento en el coleccionismo especialmente en Europa. No obstante continuó la formación de algunas colecciones de mineralogía entre las que merece destacarse la del francés Louis Vésignié (1870-1954), quien dedicó toda su vida y gran parte de su fortuna en formar una colección de 40.000 ejemplares, la mejor de Francia y una de las mejores del mundo. Fue decisión del propio Vésigné que a su muerte ésta fuera donada a algún gran Museo francés, deseo que se cumplió en parte. A
su fallecimiento los ejemplares de mayor calidad fueron donados al museo de mineralogía de la Soborna y al Museo de Historia Natural de París. De este mismo periodo son dos importantes colecciones ligadas al Museo Británico de Historia Natural, las de Arthur Kingsbury (1861-1952) y Sir Arthur Rusell (1878-1964). Este último formó una colección de 12.000 ejemplares que está considerada como la mejor colección de minerales británicos y que donó junto a su biblioteca y archivo al Museo Británico con la condición de que esta fabulosa colección regional no fuera nunca dispersada. El tercer gran periodo del coleccionismo de minerales, que todavía se mantiene vigente en la actualidad, comienza a finales de los años 60. Uno puede hacerse una idea de la magnitud que ya alcanzaba el coleccionismo de minerales en Estados Unidos durante esos años, considerando que existían 75.000 coleccionistas federados, es decir, inscritos en alguna sociedad de mineralogía. Esto permitió la existencia de 3.000 comerciantes profesionales y la publicación de varias revistas de mineralogía, alguna de ellas como Lapidary Journal con una tirada de 40.000 ejemplares (Desautels, 1968). En aquellos países en los que el coleccionismo tiene una tradición de siglos, éste siempre se ha considerado como algo muy positivo e íntimamente ligado al desarrollo histórico y científico de la mineralogía. Además, existe un gran reconocimiento a la labor llevada a cabo por lo grandes coleccionistas, muchas de cuyas colecciones todavía se conservan y han sido la base sobre la que se han originado y crecido los principales museos del mundo, siendo la principal fuente que ha generado su actual patrimonio mineralógico histórico. En agradecimiento a su labor, la mineralogía los ha inmortalizado poniendo a muchos minerales su nombre, es el caso de la Morganita, Kunzita, Vesigenietita, Bauxita, etc… (Bancroft, 1988; Desautels, 1968; Sinkankas, 1964, Burchard, 1980). En la actualidad los grandes depositarios de minerales son los principales museos e instituciones públicas de todo el mundo, los cuales, a través de los siglos, han reunido cerca de 5 millones de ejemplares. Muchos de estos museos se fundaron a partir de colecciones privadas, y durante años estos se han ido ampliando a través de la incorporación de muchas más de estas colecciones. Sólo basta leer la historia de cualquier museo de mineralogía para comprobar que las colecciones privadas han sido las precursoras necesarias sobre las que se han construido las principales colecciones institucionales. EL COLECCIONISMO DE MINERALES EN ESPAÑA En España el coleccionismo de minerales nunca ha tenido la importancia y tradición de otros países como Francia, Inglaterra, Alemania, Italia o Estados Unidos. La razón por la cual esta actividad ha sido siempre muy minoritaria, hay que buscarla en la coexistencia de varios factores a lo largo de nuestra historia como: aspectos sociales y económicos, nivel cultural y científico o la escasez de museos de historia natural y de publicaciones. El primer periodo de mayor esplendor en el coleccionismo de minerales en nuestro país corresponde al siglo XVIII gracias a las políticas científicas de los gobiernos ilustrados que culminaron con la creación en 1752 del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid (actual Museo Nacional de Ciencias Naturales). El Real Gabinete tuvo su origen en la compra de la colección privada de historia natural del peruano Pedro Franco Dávila (1711-1876), quien durante su estancia en Paris entre 1740 y 1771 llegó a formar uno de los gabinetes de historia natural más importante de Europa, cuyos fondos estaban constituidos mayoritariamente por minerales. Por espacio de casi 30 años, hasta finales del siglo XVIII, las colecciones de minerales y rocas del Real Gabienet se incrementaron notablemente, tanto debido a la protección que el Rey Carlos III dispensaba al mismo (decretos reales que ordenaban a los intendentes de provincias y virreyes de ultramar recolectar todo tipo de producciones naturales y enviarlas a Madrid), como a la política de adquisiciones llevada a cabo desde la dirección del Museo. Se contó con la colaboración de afamados naturalistas que contribuyeron con sus envíos al enriquecimiento de las colecciones. Como el barón de Humboldt, que envió numerosos minerales y rocas volcánicas procedentes de sus exploraciones por Ecuador, Colombia y Venezuela, y los hermanos Conrad y Christian Heuland, quienes con el apoyo de la Corona española emprendieron de 1795 a 1800 una importante expedición de carácter exclusivamente geológico por tierras de Chile, Perú y Bolivia, principalmente, visitando los más notables yacimientos y filones de estas regiones. También se adquirieron colecciones enteras como la de J. Forster en 1791 y trabajaron para el Museo como recolectores los hermanos Johann y Heinrich Talaker. También tuvieron contacto con el centro personalidades científicas como el famoso químico francés Louis Proust o los hermanos Elhúyar; estos últimos estudiaron en la célebre Escuela de Minas de Freiberg (Alemania). De esta localidad, así como de otras importantes zonas mineras alemanas y centroeuropeas, llegaron al Museo numerosos y magníficos ejemplares minerales. El actual Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid ha sido la principal institución española sobre la que se centró el coleccionismo hasta la Guerra Civil. Posteriormente se crearon también en Madrid otras dos instituciones; en 1835 la Escuela de Ingenieros de Minas y en 1850 la Comisión del Mapa Geológico (actual Instituto Geológico y Minero de España). Todas ellas son en la actualidad las principales depositarias de nuestro patrimonio mineralógico histórico.
En la Península Ibérica se encuentran algunos de los yacimientos minerales más importantes del mundo que han sido explotados desde la antigüedad. Los escasos coleccionistas existentes durante los periodos en los que muchos de estos yacimientos estuvieron en explotación, principalmente desde el siglo XIX hasta mediados del XX, ha supuesto la pérdida irremediable de gran parte de nuestro patrimonio mineralógico. Durante este periodo el coleccionismo privado se centró principalmente en unos pocos naturalistas, ingenieros de minas y aficionados que salvo excepciones nunca llegaron a forman grandes colecciones. Ésta es una de las principales razones por las que en la actualidad nuestros museos de Ciencias Naturales albergan una representación mineralógica muy escasa de estos yacimientos históricos. Algunas de estas colecciones que se han conservado dieron origen a algunos de nuestros museos actuales o pasaron a incrementar las colecciones de otros ya existentes. Destacar a: Salvador Calderón y Arana (1853-1911); Antonio Machado Núñez (1812-1896); Francisco Martorell y Peña (1822-1878) o Daniel Jiménez de Cisneros y Hervás (1863-1941) entre otros (Llorente, 1990). La labor del Catedrático de Historia Natural Machado Núñez y del eminente mineralogista Calderón y Arana es la base de la colección de mineralogía del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Sevilla, en cuya creación han intervenido algunas de las figuras más insignes de la Geología española. Durante su estancia en esta Universidad, Salvador Calderón aportó al Museo una colección de 697 ejemplares principalmente de minas españolas. En 1903 el murciano Jiménez de Cisneros llegó a la ciudad de Alicante para ocupar la Cátedra de Historia Natural del Instituto de Segunda Enseñanza. Desde su llegada a Alicante, sus trabajos geológicos se basaron en los estudios de campo, llegando a realizar centenares de excursiones por toda la provincia. Durante sus excursiones llevó a cabo una gran labor de recolección de fósiles, rocas y minerales con los que constituyó una notable colección particular de unos 13,000 ejemplares que se conserva actualmente en el Instituto de Educación Secundaria Jorge Juan de Alicante. El actual Museo Municipal de Geología de Barcelona (Museo Martorell), nació en 1878 por iniciativa privada gracias a la donación de sus colecciones de historia natural que hizo a su ciudad natal el barcelonés Martorell y Peña. A nivel institucional destacar la labor de las distintas personalidades de la Geología española que trabajaron o colaboraron en el Instituto Geológico y Minero de España y que durante este periodo de desarrollo de la minería en España e Iberoamérica contribuyeron de forma notable a la ampliación de sus colecciones de mineralogía. También son de destacar todas las colecciones privadas que fueron adquiridas por la Escuela de Ingenieros de Minas de Madrid, como las de los ingenieros de minas Felipe Naranjo y Policarpo Cía o la magnífica colección del Marqués de Elduayen constituida por 2.481 ejemplares (Calvo, 2002). A comienzos de la segunda mitad del siglo XX, el coleccionismo de minerales en nuestro país sigue siendo minoritario y su actividad más importante se localiza en Cataluña en donde los coleccionistas tienen como principal punto de encuentro las sociedades excursionistas o de montañismo. De esta época destacan entre otros: Vicente Sos Baynat (1895-1992), José Cervelló i Bach (1899-1980), Joaquín Mollfulleda i Borrel (1915-2006) o Joquim Folch Girona (1892-1984). En 1950 el geólogo castellonense Sos Baynat (Fig. 3) se trasladó a Extremadura en donde permaneció 18 años dedicado principalmente a trabajos de explotación minera relacionados con la localización de yacimientos de casiterita y wolframita. Durante todos estos años fue conservando todo el material que iba obteniendo de las zonas estudiadas, llegando a formar una colección de más de 10.000 ejemplares que donó al Ayuntamiento de Mérida. Esta colección Figura 3. La colección privada del geólogo castellonense Sos Baynat (1895-1992) fue el origen del Museo de Geología de Extremadura
fue la base sobre la que se creó el actual Museo de Geología de Extremadura que lleva su nombre. En 1980 el Museo de Geología de Barcelona adquirió la colección de mineralogía de Cervelló y Bach compuesta por 3.000 ejemplares que enriqueció el Museo de forma extraordinaria. El químico e industrial catalán Mollfulleda i Borrel formó una de las colecciones de mineralogía más importante de nuestro país constituida por 3.000 ejemplares. Colección que donó en 1987 al Ayuntamiento de Arenys de Mar y a partir de la cual se fundó al año siguiente el museo de mineralogía que lleva su nombre (Mollfulleda, 2006). Pero sin duda, el principal exponente del coleccionismo privado en España lo constituye el industrial catalán Folch Girona que a lo largo de 80 años formó la mejor y más grande colección privada de Europa. La calidad de sus 13.500 ejemplares está a la altura de los mejores museos de mineralogía del mundo (Burchard, 1986) (Fig. 4). En España el inicio del coleccionismo de minerales como actividad ampliamente difundida hay que situarlo a comienzos de la década de los años setenta, con la creación en Valencia el año 1971 de la Sociedad de Amigos de la Geología, primera asociación de aficionados a la mineralogía y actualmente desaparecida. Años más tarde, en 1978 se fundó el Grup Mineralògic Català que al año siguiente organizó las primeras ferias de minerales de España, la de Sant Celoni y Expominer. Figura 4. Aspecto que presentaba el Museo Mineralógico Folch cuando estuvo ubicado en un piso de la calle Pau Claris, 180 de Barcelona (Burchard, 1986). Desde entonces y hasta la actualidad el coleccionismo en nuestro país ha crecido espectacularmente. Sin duda nuestras mejoras a nivel social y económico y el desarrollo de los medios de comunicación tengan mucho que ver en ello. Actualmente asistimos al mayor auge del coleccionismo en toda nuestra historia y una muestra de ello lo encontramos hoy en día en las numerosas asociaciones culturales de mineralogía de ámbito estatal y regional, en la inauguración de bolsas de minerales, en la gran cantidad de publicaciones de carácter divulgativo, en la inauguración de exposiciones o en Internet. Hoy en día el patrimonio mineralógico español que albergan las colecciones privadas creadas en estos últimos 25 años es el mayor que se ha generado nunca y todavía tendrán que transcurrir varios años para que éste empiece progresivamente a repercutir en los museos e instituciones públicas. Pero la labor de los aficionados y su relación con los científicos ya es manifiesta en el hallazgo e identificación de nuevas especies minerales encontradas en nuestro país y en la publicación de numerosas obras de divulgación. En estos últimos años en los que hemos asistido a una mayor sensibilidad de la sociedad por la conservación del medio ambiente y del patrimonio cultural, se han vertido duras críticas sobre el coleccionismo de minerales como una actividad destructora de nuestro patrimonio. La historia demuestra que esto no es cierto aunque si es verdad que el coleccionismo de minerales ha planteado en todos los países situaciones negativas, principalmente derivadas de actitudes personales poco éticas de quienes no respetan la propiedad ajena ni el - 45 -
medio natural e incluso vulneran las leyes. En nuestro país en donde el fenómeno del coleccionismo de minerales es algo relativamente reciente, poco conocido e incluso reconocido, los aspectos negativos trascienden con gran facilidad a la opinión pública pudiendo ejercer serios perjuicios si no se plantean soluciones por parte de los colectivos afectados. En los países donde las asociaciones de mineralogía tienen una mayor tradición, unión y peso en la sociedad, se ha trabajado sobre la propia necesidad de establecer una reglamentación mínima que garantice una disciplina y un comportamiento ético con la que poder regular esta actividad (Fagnani, 1980). En estos momentos el coleccionismo de minerales en nuestro país se encuentra en una situación inmejorable para plantearse su futuro, que pasaría por una mayor divulgación a la sociedad de su labor y por una aproximación de posturas y objetivos con el ámbito científico. REFERENCIAS Bancroft, P. (1988). Mineral Museums of Eastern Europe. Mineralogical Record, 19(1): 1-72. Burchard, U. y Bode, R. (1980). Mineral Museums of Europe. Walnut Hill Publ. Lalling. 269 p. Calvo, B. (2002). El Museo Histórico Minero Don Felipe de Borbón y Grecia. Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Minas. Madrid. 117 p. Desautels, P.E. (1968). The Mineral Kingdom. Madison Square Press. New York. 251 pp. Fagnani, G. (1980). El coleccionismo de minerales en el momento actual. Museo de Geología, Barcelona. 21 pp. Llorente, E. (1990). Museos Españoles de Minerales. Instituto Tecnológico Geominero de España. Madrid. 151 pp. Mollfulleda, J. (2006). La meva passió per la mineralogia. Ayuntamiento de Arenys de Mar. Arenys de Mar. 64 p. Sinkankas, J. (1964). Mineralogy for amateurs. D. Van Nostrand Company, Inc. New Jersey. 585 pp. Wilson, W.E. (1994). The History of Mineral Collecting. Mineralogical Record, 25(6), 1-264.
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